Para aprender hay que desaprender. ¿No me crees? ¿Vives en un país latino y piensas que tu himno nacional es el segundo más hermoso del mundo, después de la Marsellesa? ¿Asumes que las cremas antiarrugas previenen las arrugas? ¿Supones que leer con poca luz te daña los ojos? ¿Torturas a tus hijos a que esperen una hora al terminar de comer, antes de volver a zambullirse en la piscina? ¿Sonríes cuando escuchas los ruidosos gemidos de tu pareja, dado que son la prueba de su orgasmo? ¿Repudias el sexo oral por ser sucio y antihigiénico? ¿Temes quedarte ciego por masturbarte?
No respondas preguntas retóricas. Más bien, contéstame lo siguiente: ¿cuáles fueron esos Juegos Olímpicos de Himnos Nacionales que ningún libro de historia recuerda, donde tu país latino obtuvo la medalla de plata?, ¿por qué los rostros de las abuelitas parecen uvas pasas, si llevan muchos años aplicándose cremas antiarrugas?, ¿una cena a la luz de las velas también te daña la vista?, ¿la vida de tus hijos corre peligro si después de comer los mojan usando una manguera?, ¿tu pareja no finge sus orgasmos, dado que invariablemente hace un escándalo digno de un falso orgasmo de una película porno?, ¿te asquean los besos porque transmiten tantas bacterias como el sexo oral?, ¿puedes leerme o te cegó el placer solitario que practicas a menudo?
Por ahora, no respondas preguntas de lo que nunca has puesto en duda. Más bien, subámosle el volumen a más temas que siempre has dado por sentado: Si los niños son el futuro, ¿por qué hay tantos niños que no tienen futuro? Si la población mundial es un número impar, ¿a quién dejaron sin alma gemela? Si “la verdad os hará libres”, ¿la mentira os hará religiosos? Si los sospechosos de un robo son un caballo, un hipopótamo, una jirafa y un mico, ¿cuál de ellos crees que bajó el racimo de bananas de la palmera? (Ninguno, ¿o conoces una palmera donde broten bananas en vez de cocos?) Si consideras que tu coeficiente intelectual está por encima del promedio, ¿qué impidió que nunca hayas desconfiado de lo que te enseñaron?
Cuando eras niño, no tenías miedo a equivocarte. Abrías tu cartuchera de crayolas y pintabas el cielo de rojo, al sol le dibujabas gafas oscuras, y coloreabas sin preocuparte por respetar líneas arbitrarias. Incluso, aprovechabas la ocasión artística para inventarte algo nuevo, como un retrato de Superman peleando con Dios por la gerencia del Reino de lo Cielos. Era una época donde la vida era un juego y no un reto.
Tu cabeza se atiborraba de preguntas del mundo que estabas descubriendo. ¿Te acuerdas? Era algo así como: “Papá, ¿por qué las plantas son verdes?, ¿por qué el agua moja?, ¿por qué el mar es gris (tu papá lo conoció azul)?, ¿por qué mi mamá solo se maquilla cuando nos visita el vecino?” Y a medida que te saciaban una curiosidad, despertabas otras: “Mamá, ¿por qué hace calor?, ¿por qué hace frío?, ¿por qué la Sierra Nevada de Santa Marta no está tan nevada (tu mamá la conoció copada de nieve)?, ¿por qué mi papá tiene fotos de mujeres desnudas en su computador?”
Para que ninguna de tus preguntas se quedara sin respuesta, tus padres te inscribieron en una fábrica mental. Una similar a las fábricas chinas de ropa, donde se confeccionan productos estandarizados y se remunera a los esclavos trabajadores con limosnas; la reconoces más fácilmente por su eufemismo de ‘colegio’. Ahí, en tu primer día, te dieron la crayola azul para que pintaras el cielo, te dijeron que el sol no necesita gafas oscuras porque estas se usan para protegerse del sol, y te instruyeron para que colorearas sin salirte de la línea. Tu formación continuó con una asignatura de religión que solo te enseñaba la religión que profesaban tus papás, una de historia que únicamente te relataba la versión de los vencedores, una de biología que contradecía lo que te habían inculcado en la de religión, una de geografía que te persuadía a ver a tu país como el centro del universo, y una de artes que parecía un taller de manualidades para bebés, entre muchas otras.
A medida que fuiste superando niveles, tu miedo a equivocarte se incrementaba. Cada vez te era más difícil alzar la mano, por temor a una burla de tus compañeros de clase. Te tocaba cortarte el pelo, aunque lo preferías más largo. Te tocaba lucir una falda larga, aunque preferías una más corta. Te limitabas a responder los exámenes con lo que habías leído en las lecturas asignadas. O, mejor dicho, te limitabas a responder con lo que lograbas copiarte del que sí había leído las lecturas asignadas. Y siguiendo la corriente, te graduaste sin contratiempos, porque te habías convertido en el producto que tu colegio le había prometido a tus padres. Igual pasó en tu universidad, en tu iglesia, en tu cursito de inglés online…
Fuiste educado para que hicieras parte de la actual economía y no para que desarrollaras tu individualidad. Lo que tienes en tu cabeza no tiene como objetivo hacerte pensar, sino volverte una minúscula pero útil pieza dentro un enorme engranaje industrial. Hoy te digo todo esto, porque te quiero invitar a maleducarte. Hoy te invito a aprender, desaprendiendo.
Hasta una próxima verdad humanamente irracional, Amigos de lo Salvaje.
Lucano Divina
Comandante Macondo de la Revolución Animal
Selvas de Suramérica, mayo 31 de 2013
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